Para una persona ciega o con baja visión ir a ver un espectáculo de teatro o danza puede representar varias dificultades. Desde sacar las entradas en un sitio que no está adaptado para ellos hasta un acceso repleto de puertas y escaleras, pasando por un baño inaccesible y personal del teatro que no siempre sabe cómo guiar a una persona con discapacidad visual. Algo similar les pasa a las personas sordas, para quienes las barreras comunicacionales suelen significar el principal escollo. La poca o casi nula oferta de espectáculos pensados para ellos —tanto desde la producción como de la infraestructura de la sala— hace que las salidas recreativas sean más frustrantes que una gratificación.